Planta un hijo, ten un libro, escribe un árbol.

Etiqueta: Poesía

Surco

A navegar tu cuerpo me invitabas
en ese sueño dulce y cristalino,
donde el sudor a este bajel cautivo
por tus escollos tiernos lo llevaba.

Fue tu candor sediento entre las aguas
causa final y espejo de delirio,
que entre las olas, viéndome cautivo,
me rescato a la orilla de la playa.

Y yo nadé tu oceánico deseo
Hasta el coral perlado de tus labios,
bajo la sal sonora de tu nombre:

fui de tu beso víctima y sendero,
y descendí hasta el cáliz de tu encanto
sobre el surco exquisito de tu abdomen.

Azul

Eres estrella naciente
de luz espesa y prohibida,
que triste y enardecida
la voz escondes doliente.

Tu piel es suma de lino
y un par de tibios rosales,
que ocultos y memorables,
tus ojos reinan divinos.

Tu cuerpo es manto de cielo,
y un viento vivo tu canto,
relámpago entre tus manos,
ocaso dulce y secreto.

Tu voz es tibio alimento
para estos necios oídos
que rondan en tu delirio
rompiendo a gritos el tiempo.

Tu suave elixir se apresta
y labio a labio se bebe,
que no hay candor que se niegue
Al tacto impar del poeta.

Un verso inquieto navegas,
buscando en tinta palabras
que en lágrimas derramadas
naufragan en tus arenas.

Tu corazón es un río,
escándalo entre cristales
que limpio y apabullante
en presa vive cautivo.

Sal ya del sueño impaciente
y deja libre tu pecho,
porque tu amor entre versos
se nubla y se reblandece.

No te detenga el recuerdo,
y no te frene la aurora,
si acaso el tiempo demora,
no tarda tanto el deseo;

si en ti la flor se ha mostrado,
preciso es fiarte del cielo,
que en cada pétalo añejo
te nombra un verso azulado.

Frío

Me reencontré en tu voz, vivificado,
y en tu paciencia atónita, infinita,
redescrubrí la pérdida contrita
del cáliz de tu vientre venerado.

Yo florecí en tu piel, y sin pecado,
me sumergí en tu dermis exquisita
como quien busca a tientas la bendita
fascinación perenne de lo amado.

Qué es mi dolor si no el renacimiento
de las terribles horas en que extraño
tu corazón latiendo junto al mío;

qué es mi temor si no el abatimiento
de estas columnas frágiles al daño
de estar sin ti, sin mí, muerto de frío.

Exangüe

Escabullirse entre tus dedos
como un verso viejo, impenetrable,
y discurrir despacio entre tus labios
para morir marchito entre tus ojos
es lo que aspira mi alma pasajera
que se magulla suavemente entre tus dientes.

No tu candor inquieto
busca mi espíritu descalzo y ciego:
es tu locura insana
que te desnuda y te humedece incierta.

Languidecer en tus cabellos
con el aroma tácito del cuerpo
beneficiario espeso de tu nombre:
es sacudirte incólume
entre mis manos tersas solazadas.

Tu piel se desdibuja,
forma jirones, adivina tactos,
es tu dulzura amarga,
prohibida acaso, acaso pasajera.

No me sonrías de modo
que regurgite a espasmos tus caderas
y entre mis labios tersos
se distribuya el tiempo de tus alas,
porque es divino el egoísmo
de poseer tus ojos y tu gesto
entre tus piernas ágil y nervioso.

Es este sueño oculto
la lobreguez ingente de tus ecos
que en mis oídos suenan
como cascada estoica y cristalina:
tu beso es el fantasma de mis noches
y el pedregal de todas mis mañanas.

Te has acusado sola:
tu viento atemporal te ha delatado
y mientras cae la lluvia entre tus piernas
me has estallado a coces vaporosas;
no te desdigas noble
que no es tu extraña luz irreversible
la saciedad eterna de mis ansias:
eres espejo insólito del aire
y senescal sangrante de mi espalda.

Yo te diré mi nombre
y a cambio quiero que me lo repitas
entrecortado y dulce, suavizado y tierno,
que la humedad que adorna tus rincones
es usufructo estricto de mis dedos:
vuelve tu cuerpo, tus acentos,
y pronunciar habré como te llames.

Es enunciar sonidos
acompasados, tristes y perpetuos
la conciliable pena de tu sueño
y la ilegal espuma de mi centro:
no te reprimas nunca
si has de volar inhóspita entre versos
porque te he capturado
en un instante exangüe y de rodillas.

Así, descontrolada,
llámame al paso interno de tus sombras
y cautivado y rota
remendaré tu piel a llamaradas:
entonces tú, equívoca y errática
descenderás a tientas deslumbrada
para encontrar solícito el tesoro.

Limpio tu nombre, limpios tus caminos
extrañaré tu piel sobre la mía
sin más reparo que el recuerdo vivo
sobre el perfume suave de tu boca:
inevitable lluvia, inalcanzable,
entre tus piernas, sobre el obelisco.