Planta un hijo, ten un libro, escribe un árbol.

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A manera de justificación

Como un ejercicio escriturario he estado bocetando algunos versos con muy poco éxito. Quiero atribuir tal hecho a la falta de tiempo de calidad para elaborarlos. Pero eso es caer de nuevo en el problema original que me alejó de la escritura.

Ciertamente, marzo ha traído consigo algunas complicaciones entre laborales y personales que me han privado de oportunidades temporales. Por eso, no voy a desaprovechar esta pequeña ventana para ponerme un poco al día. Logré mi cometido de conseguir un dominio propio para mi blog y, aunque no pude traerme el otro acá, pude “empezar” de nuevo con esta idea.

La jacaranda es mi árbol favorito del mundo mundial. Había uno en mi patio cuando nací y fue mi compañero de infancia hasta que las ampliaciones de la casa nos orillaron a arrancarlo de raíz. No fue un evento poco importante: por el contrario, representó la primera pérdida emocional que experimenté en mi corta vida y que entonces me pareció abrumadora. Mi habitación quedó justo encima de lo que una vez fue un tocón con retoños (porque esa jacaranda la cortaron dos veces como si una no hubiera sido lo bastante tremenda).

Hace algunos años, con un proyecto editorial independiente que tenía con mis grandes amigos Mario y Agustín, publicamos un libro compendio de cuentos que titulé curiosamente Bajo la jacaranda y que representaba parte del calostro literario que había conseguido terminar pasada mi segunda adolescencia. Le tengo cariño al librillo porque pertenece a una época de mi vida que no pensé que se convirtiera tan rápido en memoria.

Cuando decidí migrar este blog, me autoplagié el título del libro porque ese concepto “debajo de mi árbol favorito” me sigue resultando un espacio seguro y sano, además de feliz, para escribir. Por lo tanto, aunque el concepto anterior de “El trastero” que justificaba mi desorden literario y le ponía cierto encanto al desastre, me sigue pareciendo útil, preferí decantarme por la certeza de un lugar que no existe y que resguarda mis ánimos infantiles por el sano ejercicio de escribir y pensar.

A manera de homenaje, este espacio lleva el nombre del lugar inexistente más feliz que recuerdo. Porque aunque doloroso el proceso, escribir sigue siendo de las cosas que más disfruto hacer.

Es cuanto.

De qué va la cosa

Muchas circunstancias de la vida me han traído siempre por los periplos de la escritura. Recientemente, ante el confinamiento necesario, tales rondines se han vuelto indispensables. En tiempos audiovisuales, la idea de escribir un blog me parecía tan absurda como osada y, por ello, la natural seducción del imposible me trajo por estos caminos.

Yo mismo no sé lo que vas a encontrar aquí y no puedo prometerte nada en particular. Lo que sí sé es que si te das una vuelta por aquí cada ciertos días, seguro hallarás algo con lo que entretenerte, enojarte o simplemente distraerte del denso trajín de los virus y las distancias.

Este no es el primer blog que hago, pero por ahora es el único que tengo, así que si me has leído en otros lados, por favor, sé discreto, que nadie quiere acordarse de aquellas vergüenzas adolescentes.

Et vale.