En este ligerito proceso de adaptación a la escritura, he tenido que vomitar muchas palabras para empezar a reencontrar un poco de la coherencia que solía tener. No es este el primer blog que hago, pero espero firmemente que sea el último. De cierta manera, siempre he tenido la añoranza de poder escribir libremente y publicarlo del modo que sea posible, porque desde hace muchos años me asumí escritor y, según mis poco afortunados cálculos, poeta.

He pasado buena parte de mi adultez leyendo más que escribiendo. Se volvió un hábito (a veces malsano) que heredé de la licenciatura. Odioso como pocos, esta costumbre de leer ajeno se convirtió en un amargo pasatiempo y en una vocación suicida.

Cuando he podido escribir, siempre ha sido también ajeno. Entre entradas de diccionario, redacciones técnicas, correcciones de tesis que no son mías, escritura de asuntos que no me importan y revisión de cosas que medio entiendo, me he pasado buenos años de mi vida postergando el momento de ejercitar el noble oficio para el que según mi versión más adolescente, me escapé de las ciencias médicas: escribir.

Si de pronto opté por lanzarme al vacío con esta empresa, no es por vanidad ni por encono, sino por una deuda personalísima que he decidido saldar en este año bisiesto al que espero sobrevivir inerme.

Sea lo que sea.

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