Esta entrada esta dedicada a Patricia Córdova a propósito de una pregunta que me hizo hace unos días.
Todos los que nos dedicamos al celoso oficio de la escritura hemos pasado por periodos de inactividad literaria, a veces contra nuestra propia voluntad. Pareciera sencillo de explicar o de entender pero en buena medida no lo es porque si lo pensamos fríamente, no hay una sola razón para dejar de escribir, incluso desde las sombras más siniestras.
Creé este blog hace un año pensando que sería fácil llenarlo de textos misceláneos durante los días sucesivos y con esa misma fe me embarqué en la empresa de prometerme a mí mismo no abandonarlo. El éxito de mi voluntad está manifiesto en la fecha de la última entrada de este blog, antes de esta. Casi un año pasó y no hallé, al parecer, sentido, causa o razón para depositarme un poco en este espacio y lograr mi original cometido. Y es estúpido porque cuando lo pienso en retrospectiva, no hubo ni una sola razón para escribir, pero tampoco para no hacerlo. Es decir: técnicamente daba lo mismo si escribía algo aquí o no. Y voluntariamente opté por la segunda opción aunque contraviniera mi deseo. Y eso es una reverenda idiotez. Pero estoy aquí para enmendarla.
Hace unos días una persona muy querida por mí, Paty, me preguntó que si aún escribía. Le dije que no y me preguntó, inmediata y obviamente, por qué. Me limité a decirle que porque no había podido. Pero eso es otra supina tontería porque no es que haya perdido la capacidad de escribir ni que realmente no pudiera hacer un espacio entre trabajo, cocina y Fortnite. La única respuesta válida era y es: porque no he QUERIDO.
Y la razón de no querer, creo, puede ser más dolorosa o molesta que cualquier otra. Porque implica reconocer en un espejo el hecho inequívoco de que uno, a posta, ha decidido abandonar el oficio que lo definió en otros años: ser escritor.
Esta vez no me haré falsas promesas ni ridículos pronósticos de resolver de una vez mi propia ausencia de carácter. Simplemente vengo a dejar aquí, del modo que mejor sé, la conciencia de mis propios fallos y mi deseo (no forzado) de enmendarlo.
Vine a escribir un rato.
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